MASCARONES: UNA INVITACIÓN A COLABORAR
Manuel Poggio Capote
Uno de los números más entrañables que se conservan dentro
de las fiestas de La Palma es el de los mascarones. La presencia de figuras de
este tipo en las celebraciones de nuestra isla se remonta, al menos, a la
primera mitad del siglo XVII. De aquellas fechas existe una referencia
documental, transcrita de las actas del antiguo Cabildo de La Palma, en la que
consta la compra de unos gigantes para participar en la procesión del Corpus
Christi de la capital insular. Aunque pudiera parecer extraño, los gigantes y
otros elementos simbólicos equivalentes se integraban en el cortejo eucarístico
junto a la custodia divina, el clero y las autoridades civiles. Y es que, al
igual que en las principales poblaciones hispanas, los gigantones o los
diabletes (personas ataviadas con máscaras y ropajes simulando ser demonios)
tomaban parte en la mencionada manifestación religiosa de Santa Cruz de La
Palma. Los mismos encabezaban la procesión encarnando con su presencia la
derrota del mal o del pecado. En 1780 el gobierno central, bajo los influjos de
la Ilustración, prohibió la presencia de estas figuras en los cortejos del
Corpus. Entonces, a los gigantes palmeros y a otros personajes similares no les
quedó más remedio que buscar acomodo en otras fechas del calendario festivo.
De este modo, los populares gigantes se incorporaron al
programa de la Bajada de la Virgen de las Nieves. Se verifica una primera
referencia en la edición de 1815, aunque con anterioridad existen otros datos
sobre su empleo fuera de las fiestas lustrales. Uno de ellos es el de su
participación en unos actos con motivo de la restauración al trono de Fernando
VII (1814). Otro acontecimiento real (la proclamación de Isabel II) propició en
1833 un baile de seis parejas de enanos y enanas, aludido por los investigadores
como la primera cita documental a la posterior y muy célebre Danza de enanos.
Entrado el siglo XX, en la capital insular algunos barrios contaron con sus
comparsas privativas. Ese fue el caso de los festejos de San Francisco y Naval
que dispusieron de sendas agrupaciones. Tanto una como otra, así como la
correspondiente a las fiestas de la Bajada, alcanzaron tal arraigo que el
músico local Felipe López Rodríguez (1909-1972) adaptó una partitura para ser
interpretada durante sus desfiles: la Polka de los mascarones. Por último,
cabría apuntar que desde los inicios de la década de 1990 los gigantes y
cabezudos han sido sacados de manera constante a la calle en la víspera del día
de la Cruz, dentro de las fiestas anuales de la capital palmera.
En el resto de la geografía insular estos conjuntos de
imaginería festiva tardaron un poco más de tiempo en incorporarse a las
celebraciones locales. No en vano, ninguno de los núcleos del interior de la
isla disfrutó de una procesión de Corpus tan solemne como la que se organizó a
lo largo de más de tres siglos en Santa Cruz. Es decir, carecían de esta
tradición festiva. Pero desde finales del XIX algunas demarcaciones municipales
comenzaron a desarrollar sus particulares regocijos con estas figuras. Ése sería
el caso de Fuencaliente, donde los caballos fuscos se escoltaron de un
mascarón. En Tijarafe, el antecedente del actual Diablo fue un ingenio
denominado Cataclismo (1910), el cual no era más que un gigante. Desde 1923,
cuando este peculiar baile comenzó a ejecutarse de manera más o menos
periódica, gigantes y cabezudos han acompañado en sus movimientos al afamado
demonio norteño. Por su parte, en la villa de Garafía se coteja la presencia en
1915, durante la feria de San Antonio del Monte, de un grotesco mascarón. De
igual manera, en otros lugares como Los Llanos de Aridane, El Paso, Tazacorte,
Breña Baja, Breña Alta, Puntagorda, Barlovento o San Andrés y Sauces se
constatan noticias con varias décadas de antigüedad sobre el tema.
Más recientes son las apariciones en la verbena del
Borrachito Fogatero (Mazo) o en otros núcleos poblacionales. En el primero de
los casos, los mascarones se idearon como simple complemento escenográfico del
espectáculo que tiene lugar esa noche. Por el contrario, en la segunda de las
situaciones la salida de los cabezudos se ha interpretado como un acto de
animación infantil dentro de las fiestas patronales de varios municipios. Todos
estos datos y otros no desbrozados en estas líneas los venimos recogiendo desde
hace algún tiempo con el ánimo de culminar una monografía que estudie la
evolución de los gigantes y cabezudos en nuestra isla. Las fuentes orales y
escritas consultadas han sido abundantes, pero aún queda camino por recorrer.
No se debe olvidar que estos machangos entran de lleno en el ámbito de la
cultura popular y con frecuencia no es fácil hallar noticias. Además, en contra
de lo que pudiera parecer, la historia de los mascarones (término preferido en
La Palma para denominar a estas figuras y que, lamentablemente, casi nunca
aparecen recogidas bajo esta forma en los programas oficiales de festejos)
posee rasgos, usos y costumbres muy singulares. Y es éste el propósito de la
presente invitación: ofrecer el proyectado libro a cuantos deseen dejar su
testimonio (bien sea de manera verbal, escrita o fotográfica) acerca de los
populares mascarones palmeros.
Manuel Poggio Capote
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